Un analista lidiando con el autismo. Entrevista a Antonio Di Ciaccia

– Doctor Di Ciaccia, en 1974 Usted ha instituido en Bélgica Antenna 110, una institución que todavía hoy se ocupa de la clínica del niño autista, fundando la que en 1992 sería nombrada por J.-A. Miller “pratique-à-plusieurs”. Tras el empuje de aquella urgencia, ¿sintió que tuvo que inventar una práctica que sostuviese y orientara la modalidad de trabajo de los operadores en equipo?

Di Ciaccia– La primera urgencia era que yo estaba en análisis; tenía que pagar mi análisis y Lacan era caro. Entonces busqué trabajo y encontré varios: traduje diversas obras del filósofo Alphonse de Waelhens, del profesor Antoon Vergote y de Leopold Szondi. Pero no era suficiente. Sucedió entonces un afortunado encuentro con la directora de una importante institución situada al sur de Bruselas que tenía dificultades en el trabajo con los niños autistas. Aclaro que la institución estaba dirigida a niños y adolescentes que llamaríamos “díscolos”: los niños autistas, en estos casos, casi que devenían puras víctimas del sadismo de los díscolos. Acepté la propuesta que me hicieron en casa de un amigo profesor en la Universidad de Lovaina, pero puse algunas condiciones.

La primera era que hubiese libertad en la organización clínica y terapéutica de la estructura. La segunda, que fuera yo quien propusiera asociaciarse a las personas que habrían de trabajar conmigo. Un año después puse la tercera condición, que fue aceptada: mudar la pequeña estructura que había montado a un lugar distinto. El Consejo de administración dio a esta nueva estructura el nombre de Antenne, al que agregó el número 110 porque era el número de la casa alquilada para ese fin.

Mi idea era la de ver en práctica la pertinencia de la afirmación de Lacan: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Si aparentemente hay algo más lejano a una definición tal es precisamente el niño autista. Evidentemente me di cuenta rápidamente, después de los primeros encuentros con los niños autistas, que era necesario cambiar el supuesto funcionamiento terapéutico en uso por esa época. Recuerdo que me habían llevado a la sala de consulta a un chico, a fin de que lo “terapeutizara”: el niño no hablaba, no le importaba nada de mí; se puso junto a la ventana, haciendo extraños movimientos con las manos, sonidos guturales y carcajadas repentinas. No me llevó mucho entender que el Otro de la demanda, aquel al que se dirige el pedido de ayuda, no estaba presente. El Otro estaba quizás demasiado presente, pero para alucinarlo. En estos casos el instrumento de una terapia, que es la relación transferencial, o no existe, o toma el callejón sin salida de lo afectivo, o la peligrosa calle del Otro malévolo, fuente de persecuciones y alucinaciones.

Decidí entonces inventar un nuevo método: por aquel entonces los métodos en boga provenían del psicoanálisis kleiniano. No obstante el valor de Melanie Klein, la confusión entre la relación afectiva y la relación transferencial, entre la regresión en lo simbólico y la regresión en la realidad, me había hecho constatar grandes desastres de los que fui testigo.

Otro aspecto, producto de la confusión entre simbólico, imaginario y real, llevaba a una culpabilización de los padres por la situación psíquica del niño. Esto había conducido a los terapeutas a proponer curas psicoanalíticas a los padres, como si estas hubiesen podido tener un efecto sobre la situación psíquica del niño. Pero, generalmente, no es así.

Anticipo que nosotros no hemos empujado a los padres a ninguna terapia, a ningún pago suplementario de aquel que ellos ya veían como un desastre personal y familiar: los invitamos en cambio a ayudarnos y a darnos las claves que eventualmente e inconscientemente tenían para buscar el modo de eludir el gran muro defensivo que es el autismo, detrás del que el niño se ocultaba.

Desde el punto de vista del trabajo a nivel institucional, anulamos todas las sesiones de terapia “psi”, mientras quedaban las de logopedia, kinesioterapia, etc, y constituimos grupos de trabajo, llamados ‘atelier’, en los que los adultos y los niños se ocupaban de diversas actividades: desde la recolección de hongos en el bosque hasta la piscina, desde la danza hasta la cocina, por nombrar algunas.

– ¿Se elegían las actividades?

Di Ciaccia– Los temas de trabajo eran elegidos casi siempre por los adultos, pero si los niños proponían actividades entonces ellos ponían manos a la obra inmediatamente. De por sí, lo más importante no era la actividad desarrollada, sino la puesta en movimiento del deseo entre los adultos y los niños utilizando alguno de los materiales propuestos. Cada Atelier reenviaba a un cuadro fijo dado por el horario, el lugar, las personas; adentro del cuadro, en cambio, cuanto más variado e inventivo era el movimiento deseante, más beneficioso y operativo era. Entre las distintas actividades, revelaron ser de gran importancia aquellas que se referían a momentos particulares como las comidas, las asociadas a las funciones corporales – el baño-, el momento de acostarse a dormir o levantarse a la mañana.

Nada de eso era para dar por descontado: todo era articulado por un volver a poner en movimiento al deseo, al deseo como medio de la palabra. Es importante una vez más subrayar que estaba absolutamente prohibido a los adultos hacer alguna interpretación: a ellos se les pedía en cambio reportar en la reunión semanal las reflexiones sobre cada niño, los acontecimientos de la semana, las dificultades que habían encontrado, todo aquello que el operador consideraba incomprensible, y que le hacía problema.

Una de las reuniones propuestas era la Reunión de la Palabra: era muy extraño ver a los niños autistas sentados en círculo con los adultos buscando pasarse la palabra. Para facilitarles a ellos este pasaje les indicábamos pasar la palabra como si fuese un objeto. Al principio no estábamos conformes con su falta de interés en estas reuniones, hasta que una vez quedamos sorprendidos cuando, siendo nosotros los adultos los que llegamos tarde, nos encontramos a los chicos sentados en círculo, cada uno en su lugar, y manifestar cuando llegamos su satisfacción (¿era un destello de deseo?) con gritos y ciertos movimientos de alegría.

Todo este trabajo no se hace solo. Es necesario un equipo. Y unido.

– ¿Cuál era la formación de los operadores? ¿Y su rol?

Di Ciaccia – Todos eran psicólogos formados en la Universidad de Lovaina pero eran conocidos por las familias y los chicos como educadores, operadores.

Oficialmente mi rol era el de director terapéutico. Pero es necesario que nos entendamos: yo no considero que el rol de director terapéutico sea el de alguien que sabe, de alguien que dirige o hace de maître, sino de alguien que ayuda a sus colegas y con ellos busca entender algo de lo que sucede. No se trata entonces de tener un saber constituido ni de encarnar un saber: en estos asuntos sobre todo se trata de darse cuenta de que se es muy ignorante y que es un saber en construcción, y para ayudarnos hemos encontrado en la enseñanza de J. Lacan y en la lectura que hace J.-A. Miller los elementos para sostener este difícil trabajo.

Muchos años después de haberlo iniciado, exactamente en 1992, J.-A. Miller, puesto en conocimiento de este trabajo, lo ha denominado ‘pratique-à-plusieurs’, para indicar que en esta práctica no se trabaja solo, sino con diversas personas.

– La pratique-à-plusieurs interroga al equipo tratante sobre el modo en que es posible encontrar cada día, a partir de los impasses encontrados en el trabajo clínico, una modalidad para operar solos, pero no a solas. No está instituido el grupo, pero a cada uno le es restituida la responsabilidad de encontrar su lugar al interior de eso, a fin de que cada uno a su modo se dirija a encontrar una lógica común de funcionamiento.¿ En qué se diferencia la pratique-à-plusieurs de una práctica de grupo?

Di Ciaccia – Es la distinción que hice hace tiempo entre ‘pratique-à-plusieurs’ y práctica en equipo: ambas son prácticas en grupo, pero en la que es ‘en equipo’ la persona a la que se dirige la cura, y que podemos llamar paciente, llega a distinguir la posición del Otro (del padre, del educador, del médico, del superior, del terapeuta, y eventualmente, del psicoanalista), en una estratificación ya diferenciada.

En este caso es necesario que esta diferenciación sea llevada al máximo. Por ejemplo, no es conveniente en absoluto que el terapeuta se confunda con el padre, y es absolutamente pernicioso que el padre se instaure como terapeuta: deriva en confusiones monstruosas. De hecho, un analista no puede hacer el análisis de sus propios hijos, y es mejor que el analista, en la transferencia, no se deje caer en la trampa de ser identificado con cualquier familiar del paciente; el analista debe estar siempre más allá de alguien que pueda ser tomado por el propio analizante como demandante (todos los padres no hacen más que demandar a los hijos: sé esto, haz lo otro).

En la ‘pratique-à-plusieurs’, en cambio, cada persona que el niño encuentra sabe que en él la estratificación de los roles es inoperante: a menudo el adulto es, para el niño, sólo un brazo que servirá para tomar el frasco de mermelada, no alguien a quien dirigirse para pedir o demandar algo. En este punto el objetivo que el adulto debe tener es el de suscitar por poco que sea un mínimo movimiento deseante, y esto lo hará a través de varios métodos: por ejemplo, creando una triangulación entre él, el niño y otra persona, sea otro niño o un adulto. Lo importante es que el deseo circule! Es en esta circulación que está la posibilidad de que el niño capture algo del deseo, que se manifestará en una mirada inesperada, en una vocalización inusual, en un gesto inédito, en una pregunta repentina.

El adulto facilita así al niño autista a fin de que se dirija a él pidiéndole algo, y no sólo para ser el instrumento para tener algo. El niño autista es bien capaz de captar el punto de falta del adulto, pero el adulto no cerrará la partida con una interpretación, ni huirá, sino que intentará poner en la dialéctica la mínima expresión manifestada por el niño autista con los otros adultos y con los otros niños. Cualquier adulto se ubica como sujeto de la falta, y entonces deseante, cosa que le permite al niño autista acercarse sin angustia.

El trabajo es ‘uno por uno’, si bien es una práctica hecha en torno a más personas: esta modalidad de trabajo, que puse en pié y se ha difundido en Bélgica, se ha retomado en diferentes instituciones presentes en Italia (Venecia, Boloña, Milán), Francia, España, y en América Latina, pero cada una siguiendo su propio estilo.

– Entre las enseñanzas de Lacan y Bion, es posible tomar diversos puntos de contacto respecto, por ejemplo, del uso del matema, de la posición del analizante/analizando en el análisis, de la función del analista y su deseo en la cura, del fin al que tiende el análisis, de la puesta en guardia sobre la contra-transferencia. ¿Qué llevó a Lacan a no tratar la clínica de grupo?

Di Ciaccia – Después de la guerra Lacan fue a encontrar a Bion: admiraba mucho a Bion, escribió también un texto titulado “La psiquiatría inglesa y la guerra” (1947), y de él ha tomado el esquema del ‘grupo sin jefe’ para proponerlo como elemento de base en su Escuela. Lo ha llamado Cartel, que está compuesto de unas cuatro personas que se eligen un “más uno”, que no es necesariamente uno más sapiente, sino uno que permite el trabajo de este pequeño grupo.

Lacan al interrogar el funcionamiento del inconsciente buscó llevarlo a una lógica estricta. Bion hizo lo mismo, solo que los puntos de contacto no son fácilmente tomables porque cada uno habla del inconsciente con sus propios significantes. Una vez me permití decirle a un querido amigo de la IPA que cada uno de nosotros habla del inconsciente en su propia lengua de Escuela, en el propio dialecto, mientras que el inconsciente habla siempre y solo una sola lengua: pero es una lengua muda y su manifestación usual adviene mediante el síntoma.

Lacan considera que el problema del sujeto es el Otro: esto lo es sea singularmente, sea en un colectivo. Solo que en cada colectivo es muy difícil distinguir la función del Otro con A mayúscula, el llamado gran Otro, respecto de los roles que son tomados por todos los otros con a minúscula, con los que Lacan indica a los semejantes, los miembros de cada grupo a los que pertenecemos; en pocas palabras, nuestro amado/odiado doble.

Para Lacan la dificultad del análisis consiste en el hecho de que el analista sepa encarnar la función del gran Otro y no permitir que los roles del pequeño otro que eventualmente puede tener con el paciente hagan obstáculo en la cura.

En lo que respecta a la contra-transferencia, Lacan dice que no es un concepto analítico. Lo que no quiere decir que el analista debe ser de piedra, o que no tenga emociones, sino quiere decir que cada manifestación que el analista tiene en tanto pequeño otro, o sea en tanto semejante respecto del paciente, viene a hacer de impedimento, a anteponerse como obstáculo que impide al inconsciente abrirse, e impide al sujeto analizante la instauración correcta de la transferencia, que siempre es dirigida al gran Otro. Ciertamente, le toca luego al analista no identificarse con ese gran Otro: en tal caso sería solo un loco más. Y los hay.

La función del psicoanalista es la de llevar al paciente al vacío central de su subjetividad, la que él ha cubierto con las variadas imágenes en las que encarna al gran Otro, para descubrir finalmente, al final de un análisis por ejemplo, que se trata de un Otro barrado, pero que no está barrada la ética de su vida subjetiva.

– Lacan, en el texto de 1947 por Usted antes citado, “La psiquiatría inglesa y la guerra”, reconoce el aporte teórico de la experiencia de Bion, la “nueva mirada” introducida por su tentativa de introducir una “renovación de método”. Sabemos que Lacan ha aplicado tal dispositivo al grupo de los analistas, estructurándoles después el funcionamiento de la Escuela. Para concluir nuestro encuentro,¿ qué ha motivado esta elección, en qué se ha traducido y en función de qué riesgos se ha justificado? Me refiero también a la relación entre clínica y “cursos y decursos históricos” en los que incurre la comunidad analítica.

Di Ciaccia – Es un problema de fondo que sale a la luz cada vez que hay un grupo analítico: los grupos analíticos no van. Y no van estructuralmente: inútil es recordar aquí la historia del movimiento psicoanalítico.

Sabemos que los grupos funcionan en torno a un maestro, a un gurú, a un ideal. Ahora, como indicaba, en el final de un análisis que comporta el pasaje del gran Otro al gran Otro barrado, el psicoanálisis es la barra llevada sobre el maestro, sobre el gurú, sobre el ideal. Lacan constata, y nosotros con él, que cada grupo compuesto por analistas se sostiene sobre un maestro, sobre un ideal. Esto es normal para los simples grupos. No lo es, o no debería serlo, para todos los reagrupamientos analíticos. Quizás este es el motivo por el cual la IPA freudiana se ha fracturado en miles de corrientes, y este ha sido el motivo por el cual Lacan disolvió su Ecole Freudienne de Paris. Con un juego de palabras, dijo que su ‘Ecol’ había devenido una ‘colle’ (cola).

De ahí la pregunta: un grupo, un reagrupamiento auténticamente analítico, ¿sobre qué se sostiene?

Freud había pensado que se sostuviese sobre el padre muerto, y es el lugar que ha ocupado al no revestir la función de presidente de la Internacional freudiana. Se había dejado por fuera, aún siendo el centro. Cosa que Lacan también había intentado hacer, no ya a nivel del ideal sino a nivel del objeto, es decir, a nivel de aquel objeto –causa del deseo que es aquel punto vacío, central para cada ser humano, y que había intentado encarnar para su Escuela. De todos modos, repito, un año antes de su muerte, Lacan disolvió su Escuela entendiendo que ella había traicionado el fin para el cual la había fundado. Lacan había vuelto a devenir un ideal, cosa que él no habría querido: y estamos en esta paradoja todavía hoy.

El analista debería sostenerse únicamente del discurso analítico. Y el discurso analítico no consiente la formación de grupos porque el grupo necesariamente se constituye en torno a un líder, eventualmente en torno a un líder que se presenta también como causa de deseo, cosa que reencontramos en cada forma de fundamentalismo. Lacan, entonces, siempre habla de grupo en relación a las confusiones imaginarias en las que se enredan todas las Escuelas y las Sociedades psicoanalíticas: para ser preciso, es a este nivel que él habla de psicodrama.

Se necesitará trabajo todavía para entender de qué modo aquella transferencia que Freud había encontrado como obstáculo en la cura, pero que había reconocido como su aliado más potente, pueda ser jugado a nivel grupal, por no decir a nivel de la sociedad misma.

Nosotros no estamos ahí hoy, en absoluto. Pero considero que es un punto de mira de la enseñanza de Lacan, cuando propone que el psicoanálisis ocupe un lugar en el mundo: en el social y el político (Lacan usa en este caso el masculino): es seguramente un desafío, que debemos jugar en el siglo XXI.

 

*“Un analista alle prese con l’autismo”. Entrevista a Antonio Di Ciaccia realizada por Sabrina Di Cioccio, Funzione Gamma, 26 septiembre de 2011.

Traducción: Natalia Paladino.

 

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