Antes de responder, que hable

La actualidad del psicoanálisis es relativa a la lectura que ofrece del malestar actual de la civilización, a través de los síntomas que lo atestiguan.

Hoy asistimos a una aceleración vertiginosa de la injerencia de la ciencia en nuestras vidas. Esto no carece de beneficios en todos los aspectos, pero también tiene algunos efectos devastadores. El resultado es una remodelación perceptible de nuestro modo de vida, que caracteriza el nuevo tipo de vínculo social que resulta de los discursos dominantes.

¿Cuáles son los discursos dominantes?

El discurso de la ciencia y sus derivados, incluyendo la producción de nuevas tecnologías en conjunción con el capitalismo liberal y ultraliberal, están a la cabeza, pero no sin producir nuevos síntomas. La función del síntoma nos invita a cuestionar la función del médico y la relación con la enfermedad.

Hace poco leí una conferencia que Lacan dio en 1966 a los médicos y que me dejó boquiabierta, en la medida en que en esa fecha temprana, antes de 1968, hizo una lectura anticipatoria de nuestra situación actual, en particular en lo que respecta a la medicina y al lugar del médico. Señala que desde que la medicina ha entrado en su fase científica, la función del médico ya no está rodeada del prestigio y la autoridad de otras épocas, convirtiéndose en un eslabón entre otros, al servicio de las condiciones de un mundo científico abierto a la multitud de especializaciones de sus diferentes ramas.

En esta nueva configuración, el médico se encuentra sometido a los mandatos impuestos por la exterioridad de su campo, en particular por la organización industrial, que le proporciona los medios de su acción -los medicamentos- así como las medidas de control cuantitativo, como los gráficos, las escalas y los datos estadísticos. Estos procedimientos convierten al médico en un agente de la distribución de sustancias químicas, así como en un servidor de la política de los números con el objetivo de probar los productos.

La acción de este poder generalizado ejercido por el poder de la ciencia modifica la relación médica con la salud, otorgando a cada uno la posibilidad de pedir o exigir al médico “su ticket benéfico para un fin preciso e inmediato”. La salud se convierte en una mercancía.

¿Qué le pedimos al médico?

Se le pide una cura. ¿Cómo responderá? Hoy en día, opera con la premura que le imponen los criterios de rendimiento, eficiencia, utilidad y rentabilidad. Con unos medios de intervención sobre el cuerpo cada vez más eficaces, gracias a los avances científicos, ¿le motivará el deseo de saber lo que el paciente puede decirle sobre lo que padece? Tal vez no.

¿Quién puede hacerse cargo de esta zona de silencio?

Recordemos que Freud, escuchando a las histéricas, cuyos síntomas desconcertaban a los médicos, hizo el descubrimiento del inconsciente, subvirtiendo así la posición a la que el médico ha sido empujado por el auge de la ciencia.

La dimensión del inconsciente implica la renuncia a la completud del sujeto. Esto implica que puede haber una disyunción entre lo que se demanda y lo que se desea, porque en el lenguaje siempre hay algo que escapa a la conciencia. Puedo no desear que se cumpla mi demanda para mantener mi deseo. Pero esto no lo sé conscientemente, porque por el hecho de haber sido hablado, el hablante está atrapado en la trama del deseo que es la trama del lenguaje, que introduce una disyunción entre necesidad, demanda y deseo. En estas condiciones el deseo está siempre umbilicado en el deseo del Otro y se apoya en el fantasma inconsciente, sin que la demanda de realización sea exigible.

Por otra parte, señala Lacan, el discurso de la ciencia en su progreso relativo a los procedimientos de intervención sobre el cuerpo humano, abre una falla “epistemo-somática” en el corpus del saber al dejar abierto lo que del cuerpo se impone como dimensión del goce. Lo propio de un cuerpo parlante es gozar de él mismo.

¿Qué significa el goce?

Es lo que se satisface a nivel del cuerpo en ruptura con el placer. En otras palabras, podemos satisfacernos sin saberlo con lo que es fuente de sufrimiento.

El goce introduce un desorden en el cuerpo del hablante, es disarmónico para él. Es a una edad temprana cuando el goce irrumpe en el cuerpo del niño, introduciendo el enigma del cuerpo sexuado, no sin malestar, perplejidad, angustia, cuyos síntomas signan la singular respuesta encontrada por el sujeto. En este sentido, el libro que acaba de publicar Navarin Éditeur, “La sexuation des enfants”, es precioso. Aconsejamos a nuestros oyentes que lo lean.

Por ejemplo, ¿qué síntoma característico de nuestro tiempo diría usted que está a la orden del día, en relación con los niños?

La gama es bastante amplia, pero tomemos el caso de lo que se llama “disforia de género” en los niños. Atrae nuestra atención, por un lado, por el asombroso aumento del número de demandas dirigidas a los servicios especializados, y por otro, por la cobertura mediática que recibe.

Se nos proponen películas, programas de televisión, entrevistas con el niño y la familia.

En la variedad de estos casos, podemos ver un rasgo común: el flagrante silencio de los niños que contrasta con la avalancha de palabras que les rodea.

Hablamos de ellos, hablamos por ellos, traduciendo lo que suponemos que quieren decir, interpretamos sus acciones y gestos, basándonos en un acuerdo tácito entre los interlocutores, familia, médicos, periodistas: él/ella es feliz, porque su demanda ha recibido una respuesta benévola. El niño es llevado a ser sólo el eco de lo que se dice de él.

Poco importa si el niño llora durante la entrevista. ¿Se asumirá que sus lágrimas deben ser tenidas en cuenta?

La precipitación temporal rige el proceso. El diagnóstico de “disforia de género” lo dice todo. Circule, pues ya que no hay nada más que escuchar.

La máquina se pondrá en marcha y la petición será atendida: cambio de nombre, hormonas y cirugía en el horizonte.

¿Y qué proponen como contrapartida?

Antes de apresurarse a responder, ¿alguien ha pensado en ofrecer al niño un encuentro con alguien que sea capaz de acoger sus palabras, para captar la singularidad de su sufrimiento y malestar?

El psicoanálisis nos enseña que la asunción de una posición sexuada se realiza a lo largo del tiempo, se producen reelaboraciones. Una construcción, no exenta de invención está en marcha para cada persona, y no es válida para todos.

El valor de verdad de una palabra es relativo a lo que el inconsciente, que nos interpreta, nos hace oír en una dimensión distinta a la que se produce en los espejismos tautológicos de la conciencia. Por ello, propongo que dar voz a los niños sea una condición previa a cualquier posible respuesta a la demanda.

*Intervención en Studio Lacan

 

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