El sexo desconocido

Para Lacan, la relación con la sexualidad es traumática en tanto pasa siempre por algo desconocido para nosotros mismos. Un elemento Otro parece mediar entre los seres hablantes y su cuerpo, dando lugar a numerosos embrollos. Los síntomas e invenciones se presentan como respuestas a las dificultades con la propia alteridad, con una sexualidad marcada por ese goce desconocido que no cesa de irrumpir en el cuerpo.

Los psicoanalistas sabemos de la necesidad de pasar por la palabra para tratar el trauma. Darse un tiempo para decir y ser escuchado puede permitir alcanzar un acuerdo con el propio goce, con el propio cuerpo, y comprender la necesidad o no de introducir cambios en él. Pero, desafortunadamente, la ley ‘trans’ testimonia de una deriva casi suicida: legislar para que sean malos tiempos para la palabra, es decir, malos tiempos para el lugar del Otro, del lazo.

La exclusión de la palabra de un proceso de transición, lejos de dar acceso al supuesto paraíso de la autodeterminación, puede fomentar soluciones siempre más inconsistentes y frágiles. Excluir la palabra es favorecer la proliferación de respuestas imaginarias, de imágenes dispuestas a saturar cualquier apertura a lo desconocido. ¿Cómo salir de esta deriva?

El pasado mes de septiembre, un peregrino que había recorrido el Camino de Santiago protestó al recoger el certificado que acreditaba su peregrinación. En la estadística que debía cubrir, sólo podía elegir entre dos casillas para el sexo y él no se identificaba con ninguna de ellas. Recuerdo aquí este hecho porque me interesó la respuesta de la catedral de Santiago, que en su estadística relativa a los peregrinos llegados ese mes recogió: 18.735 mujeres, 18.727 hombres y 1 sexo desconocido.

Sexo desconocido me parece una buena respuesta para el siglo XXI, pero no sólo para el mundo Queer, ni para quienes inician una transición, también para quienes todavía se definen como heterosexuales.

En el más allá del padre que estamos viviendo, preguntarse por el sexo desconocido podría ser un modo de seguir avanzando hacia la propia singularidad y evitar las trampas de lo imaginario. ¿Trampas? Sí, porque lo puramente imaginario conduce a soluciones que pueden no sostenerse mucho tiempo, y si encontrar una nueva solución es fácil cuando la imagen es un vestido, tratar al cuerpo como un vestido no es sin consecuencias.

Ligar la búsqueda de una imagen o semblante a la pregunta por lo desconocido que nos habita, podría dar a las respuestas la consistencia necesaria para que se sostengan. Ya que quien pone en juego esa pregunta, pasa del empuje a las sucesivas autodeterminaciones al enigma de lo que determina a cada uno.

Frente a la proliferación de sexos, el sexo desconocido o, dicho de otro modo, el “sólo hay un sexo, y es el femenino” con que Éric Laurent respondió a Paul B. Preciado. Reintroduzcamos el enigma: “sólo hay un sexo, y es desconocido”.

 

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