Una nueva intransnacional

La metamorfosis del mundo que Zygmunt Bauman calificara como líquida, fue anticipada por Lacan con su visión de un paradigma en el que la “carretera principal” se dispersa en la multiplicidad de pequeños senderos y cartelitos indicadores. Esos “cartelitos”, que Lacan asimiló a la función de las alucinaciones verbales, se normalizan en la actualidad gracias a la generosa recepción de las subjetividades a la carta que ofrece la forma contemporánea del mercado. Lo trans está de moda. Como la transparencia, el transfuguismo y la transitoriedad de los dispositivos móviles.

Ya no resulta sencillo para el psicoanálisis abordar la fluidez del sexo a partir de la hipótesis de una elipsis simbólica y su paso a lo real que impediría el desencadenamiento de una psicosis. El estado de derecho, en las sociedades modernas, ha dado carta de ciudadanía al presunto deseo de elegir la vocación sexuada de cada cual, en nombre de la libertad, palabrita que hoy parece darnos la habilitación para casi todo. Los psicoanalistas estamos en la encrucijada de nuevos síntomas que se vuelven sintónicos con el discurso imperante. Las minorías ya no cuentan por el número, sino porque su presión ha sido escuchada por las reglas del mercado neoliberal. Todo vale, en la medida en que el imperialismo del yo autónomo y la negación del inconsciente sean los ideales hegemónicos. No falta el malestar, sin duda, ni faltará nunca. Es el deseo de saber lo que cada vez resulta más difícil de despertar.

¿Cómo intervenir en la cuestión trans sin mantenernos en posiciones reaccionarias, y al mismo tiempo no renunciar a los principios de la orientación psicoanalítica? Tampoco podemos conformarnos con el socorrido recurso al síntoma, con o sin hache, porque se va convirtiendo en una verdad de Perogrullo. Desde luego que lo trans es un síntoma de la era. Un síntoma que adopta manifestaciones polifacéticas, que no excluyen incluso el fenómeno del contagio histérico, como la anorexia o las autolesiones. El desafío al que nos enfrentamos es que las nuevas infelicidades puedan incorporarse a una transferencia analítica, y el uso que de ella puede hacer un sujeto que, más allá de su diagnóstico de estructura, está animado por una certeza que no necesita ser psicótica para volverse indialectizable. ¿Será nuestro papel el de psicoterapeutas que colaboren a que la transición y los efectos en el lazo social se atemperen? ¿Acoger a los “detransitioners”, los arrepentidos de lo real que se enfrentan al abismo de lo irreversible?

¿Cómo navegar en las modernas aguas de los protocolos institucionales, legales y educativos que se ponen en movimiento para garantizar la plena satisfacción de la demanda de identidad? Lo trans es la nueva bandera que se agita para crear una subjetividad que no reconoce determinación alguna, ni deuda, ni amo ni alienación a las marcas de la lengua. El autismo fue la batalla anterior, que hizo del psicoanálisis el enemigo a abatir. Ahora es la cuestión Trans lo que se promueve desde diversos discursos para desmentir el inconsciente. Una cirugía para suturar la división del sujeto y convertirlo en un incauto, un non dupe seducido por la promesa de poder escapar de su propia zona oscura.

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